Libertad Álvarez •  Opinión •  16/03/2018

Cuando más allá de la profesión está el vínculo

Algo tan sencilo y tan complicado como fomentar el bienestar de los mayores y prevenir y atender las dificultades y necesidades sociales. Ese es el cometido al que nos enfrentamos a diario los trabajadores sociales, y que recibe su pequeño homenaje cada año el tercer martes del mes de marzo.  

En una sociedad en constante evolución, en la que se están generando cambios en todos los sectores de la población, nuestra labor es necesaria en muchos aspectos. Pero, sin ninguna duda, el trabajador social es muy necesario para garantizar la mejor calidad de vida en la tercera edad, especialmente, en las residencias de mayores.

Desde el primer momento en el que una persona mayor, acompañado por sus familiares, ingresa en el centro, nos convertimos en una figura de referencia clave para su cuidado y atenciones. Nuestro compromiso con ellos va más allá de los límites establecidos por el simple trabajo, y pasamos a ser su profesional de confianza, su referente y apoyo.

Cada día, al atravesar las puertas del centro, tenemos la gran responsabilidad de garantizar la mejor calidad de vida de nuestros mayores, fomentando y promoviendo su autonomía, pero a la vez apoyando, comprendiendo y asesorando a quienes depositan su confianza en nosotros. Somos el bastón que sujeta en los momentos difíciles, somos quien celebra con ellos las grandes noticias. Somos quienes cuidan, informan, valoran y orientan al mayor y sus familiares sobre recursos públicos, servicios o ayudas que puedan facilitar sus situaciones personales.

En un trabajo conjunto con el resto de profesionales, nuestro trabajo está encaminado a conocer y transformar la realidad de las personas mayores, contribuyendo en todo momento a su bienestar y la promoción de su autonomía y previniendo y detectando de forma precoz la existencia de problemas sociales que puedan dificultar su calidad de vida o su integración social.

La profesión que desempeñamos requiere de compromiso social, pero también de una formación regulada y titulada. A menudo somos identificados como personas de buena voluntad que ejercen la tarea de ayudar a los demás. Esa es la base, pero para garantizar la mejor atención son necesarios una titulación y un código deontológico que nos representan. Pero lo que sí es cierto, es que lo que nos contruye como profesionales es el día a día que compartimos con nuestros mayores, con los que nosotras y nosotros consideramos nuestra otra familia.

* Trabajadora Social de Amavir


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