Cecilia Zamudio •  Opinión •  09/02/2018

Fin de la temporada de caza en España: Matanza de perros

Fin de la temporada de caza en España… Los asesinos desechan a los que han instrumentalizado: ahorcan a los perros ya exprimidos en sus cacerías. Calculan, en sus mentes aberrantes, que les sale más económico asesinar a los Galgos que alimentarlos durante un año… El año que viene comprarán otros perros para usarlos en la próxima temporada de caza… Así es la mentalidad capitalista: enroscada en la rentabilidad económica, sin empatía, monstruosa. Una mentalidad formada por un sistema que necesita, para perpetuarse, la banalización de la tortura contra todos los seres vivos.
 
El sistema capitalista se basa en la explotación y el saqueo: a través de estos mecanismos, los capitalistas perpetran la acumulación de riquezas. Es un sistema que solamente se sustenta si banaliza la explotación, la depredación, la exclusión: hasta tal punto que la vida llega a ser percibida como “desechable”.
 
Amar la naturaleza, los animales, la humanidad, la ternura y la creatividad, toma su fuerza y coherencia luchando contra este sistema capitalista.
 
Porque ¿cómo pretender amar a los animales y no darse cuenta que cada año son cientos de especies las que desaparecen porque la depredación capitalista saquea los bosques, selvas, ríos y mares, simplemente para que un puñado de saqueadores y explotadores perpetren cada día una mayor acumulación de riquezas?
 
Porque son las multinacionales mineras, las del agro industrial, las pesqueras, las madereras (etc), las que saquean el planeta. Los capitalistas son los criminales: una realidad que sus medios de alienación masiva pretenden ocultar, culpabilizando a las poblaciones nativas y pequeños campesinos. Poblaciones que también son depredadas por los capitalistas: desplazadas, agredidas, masacradas con motosierra para que abandonen sus tierras…. Como es, por ejemplo, el caso en  Colombia, país con más de 7,5 millones de campesinos desplazados de sus tierras por la voracidad del capital transnacional que financia grupos paramilitares, articulados al mismo ejército colombiano, para que cometan atroces masacres con la finalidad de provocar que los habitantes abandonen las ricas tierras codiciadas por multinacionales. 
 
Hay ya en el mundo más de 65,6 millones de campesinos desplazados por la codicia capitalista, malviviendo en los cinturones de miseria de las ciudades, deviniendo “cantera de esclavizables»  para los explotadores, que los usarán para capitalizar mediante las peores explotaciones (como la prostitución, la venta de órganos o la aberrante utilización de los cuerpos de las mujeres empobrecidas en los llamados “vientres de alquiler»); a este drama se suma el de millones de refugiados que huyen despavoridos del empobrecimiento que causa el saqueo capitalista: y sigue la barbarie. Se intensifican las guerras imperialistas y el empleo sistemático del Terrorismo de Estado funcional al capitalismo. Los Estados Terroristas que practican la desaparición forzada de los opositores políticos, como el de Colombia, México Turquía, Nigeria (etc), son “ejemplares” para la OTAN; pero basta con que algún gobierno en el mundo intente, aunque sea, nacionalizar los hidrocarburos, promover la soberanía alimentaria, o proteger alguna reserva natural, para que a ese país lo fulminen con los “bombardeos humanitarios» de la OTAN.
 
El saqueo capitalista produce exterminio y tortura contra los animales, la naturaleza, y contra los humanos también, porque también padecen exterminio los Mapuches, los campesinos colombianos, los Ogoni de Nigeria, etc…
 
¿Cómo estar contra la tortura animal y no darse cuenta que el capitalismo  tiene un modo de producción alimentaria que no respeta ni al medio ambiente, ni a los animales cosificados y torturados, ni a la salud de las personas que comerán leche con pus de vaca torturada, carne de pollo nacido atrofiado sin pico ni patas (porque así se degeneran de tenerlos hacinados en las granjas intensivas)?
 
¿Cómo pretender amar a la naturaleza y aceptar la aberración capitalista de la Obsolescencia Programada (envejecimiento prematuro y calculado de las cosas) que convierte este planeta en un basural y despilfarra energía de manera aberrante?
 
¿Cómo pretender amar la armonía y la ternura y aceptar a la vez la exclusión social, las guerras imperialistas, el saqueo capitalista que causa éxodos poblacionales descomunales, el robo de la plusvalía que padecemos todas las trabajadoras y trabajadores (que es perpetrado a diario y legalmente por los capitalistas)? 

El capitalismo es la antítesis de la ternura: produce barbarie en su modo de producción, produce barbarie al alienar a las personas privándolas de toda empatía, lo que causa que banalicen la tortura, y la ejerzan. Porque este sistema aliena a las personas para que funcionen bajo la premisa fundamental de normalizar la explotación.  Este sistema se sustenta a sí mismo en una serie de paradigmas que lo legitiman, lo apuntalan, y previenen la rebelión. La clase explotadora implementa su aparato cultural (medios, instituciones religiosas, programas educativos que le son funcionales, industria de Hollywood, etc) para acometer el trabajo de alienación de las mentes. El aparato cultural trabaja para erradicar la empatía, y fomenta incluso el gusto por dañar, a modo de exutorio perverso de las frustraciones que el mismo sistema de explotación crea, un exutorio supletorio que el sistema necesita como mecanismo para “quitarle presión a la olla”… Este sistema cuyos fundamentos son la propiedad privada de los medios de producción, la explotación y el saqueo, potencia todas las injusticias y jerarquizaciones: el machismo, el racismo, el maltrato de los niños y niñas; el desprecio por los ancianos, el concebir a la naturaleza como una “propiedad”, etc… Se trata de dividir a la clase explotada, de someterla, de pulverizar la solidaridad, la organización política y comunitaria, la ternura, la creatividad liberadora; en su lugar el sistema promociona el individualismo, el consumismo, el hedonismo, el nihilismo, la mediocridad, la superficialidad, y el abuso de poder.

 


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