Paco Campos •  Opinión •  29/09/2017

¿Qué es esto de una democracia autoritaria?

Vivimos ya unos meses demasiado estresantes, dislocados, en los que se apela a una definición de la democracia; una aclaración simple en la que poder hacer válidas nuestras expectativas. Desgraciadamente chocan argumentos basados en los principios ejemplares y en los derechos elementales: los primeros son por sí solos indiscernibles, los segundos son tan simples que cuestionarlos supondría la pérdida del sentido común. He aquí que se confrontan en un pañuelo la tradición del racionalismo ilustrado con la moderna evolución del pensamiento pragmatista. La confrontación entre Kant y Dewey.

Dos concepciones que en la sociedad civil del Atlántico Norte someten a debate la filosofía interna del concepto actual de democracia. Enseguida llama la atención que la democracia deba estar sometida al orden establecido, es más, que la democracia sea el orden establecido. Esta identidad es la que lleva al inmovilismo. El inmovilismo es la obediencia, la fe ciega, el aniquilamiento de la voluntad ante algo -Dios, patria, rey, ley, costumbre o tradición. Esto sería tan paradójico y esperpéntico como decir que vivimos una democracia autoritaria, o que necesitamos autoridad, imposición, para salvaguardar la democracia (?).

Por otra parte, siguiendo a Dewey, el sentido de la democracia se debe a que la vida humana es la libre cooperación con nuestros congéneres a fin de mejorar nuestra situación -dice textualmente Rorty en El pragmatismo, una versión (2000). Siguiendo el argumento del encanto de la democracia encontramos una exigencia: la de superar la versión secular que dio la Ilustración en el XVIII y también dejar atrás el positivismo decimonónico. Qué decir ya del españolismo mesetario y carpetovetónico que nos invade. 


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