Edgar Borges •  Opinión •  30/08/2017

Apuntes sobre un tercer pensamiento

“Lo único que prueba mi lenguaje es la lentitud de una visión del mundo limitada a lo binario”. Julio Cortázar. Rayuela.

¿Podremos avanzar realmente mientras no transformemos el pensamiento? Parece evidente que no, por mucho desarrollo tecnológico que se nos venda. Tampoco ganamos un pasaporte al avance por creer que las palabras son mecanismos mágicos que nos abren la puerta a una mejor vida. El niño llega a un mundo donde todos los significados están ordenados en dos grupos. Alto, bajo; masculino, femenino; blanco, negro; bueno, malo; izquierda, derecha. En el orden del afuera no hay más. Es posible que la primera gran frustración que enfrente el niño, desde su sabiduría no académica, sea no comprender que “unos seres altos y serios” pretendan encasillarle su imaginación en dos etiquetas de una misma realidad.

Julio Cortázar decía que para él “la idea de lo fantástico no significa solamente una ruptura con lo razonable y lo lógico o, en términos literarios y sobre todo de ciencia ficción, la representación de acontecimientos inimaginables dentro de un contexto cotidiano”. Hablaba el escritor argentino de la normalidad que en su niñez siempre representó lo fantástico. Y es en lo fantástico (la ficción, lo imaginado) donde se encuentra el espacio posible para descubrir otras realidades del pensamiento. El solo concepto de la realidad nos limita el entendimiento, sería más cercano a la complejidad del pensamiento hablar de realidades. Nunca me gustó el término “realismo mágico”, me sonaba a separación entre vida e imaginación. Como si lo extraordinario sólo fuera posible dentro de la literatura. Al respecto, Cortázar afirma: “Siempre he pensado que lo fantástico no aparece de una forma áspera y directa, ni es cortante, sino que más bien se presenta de una manera que podríamos llamar intersticial, que se desliza entre dos momentos o dos actos en el mecanismo binario típico de la razón humana a fin de permitirnos vislumbrar la posibilidad de una tercera frontera, de un tercer ojo, como tan significativamente aparece en ciertos textos orientales”.

Lo binario está tan instaurado en la sociedad occidental que hasta lo que se autodenomina “nuevo” ya nace para ser ubicado en uno de los dos extremos del pensamiento. Políticos como Tony Blair ya han pretendido enmascarar la lógica dominante con aquello de “la tercera vía”. Sin embargo, seríamos víctimas del chantaje del poder si entendemos que por tercer pensamiento estamos hablando de doctrina política alguna, por lo menos en el sentido partidista. El tercer pensamiento (un tercer pensamiento) sería la apertura hacia muchas otras formas de pensamiento. La apertura que nos permita ver la complejidad de los temas que tratamos a diario. La lógica binaria es el juego que nos entregan diseñado. Opción A y opción B. Las piezas del puzzle siempre son las mismas por muy distintas que te las presenten. La individualidad de la imaginación se educa para suponer una sola forma de juego. Un tercer pensamiento es la imaginación subvertida. Una descomposición particular de lo existente. Una mirada múltiple que nace desde el individuo hacia el mundo.

Es fácil suponer que un tercer pensamiento desencadenaría un caos, un desorden que retaría lo existente. De hecho la psicóloga Claudia Cobo, si bien asume que el pensamiento binario “nace por aprendizaje cultural y no es inherente al ser humano”, tiene dudas sobre la conveniencia de educar fuera de la lógica del dos. Cobo me dice que “si a los niños no les cierras las opciones abres un abanico infinito y luego se frustran por no conseguir lo que quieren y no aprenden”. Por su parte, la escritora Liliana Díaz Mindurry me explica detalles de la exclusión de lo tercero en nuestra vida: “Desde las clasificaciones platónicas y muy especialmente desde la lógica aristotélica que habla del tercero excluido (o esto o no esto y no hay una tercera posibilidad), con mucho placer las religiones monoteístas (partiendo falsamente del Uno) nos han llenado de fórmulas binarias. Creo que la raíz del problema está dada porque la mayoría de las personas adhieren al esquematismo binario por su facilidad y practicidad y buscar más opciones es demasiado trabajoso para la bendita ley del menor esfuerzo”. Para Díaz Mindurry la clasificación del todo en dos opciones obedece al mecanismo más exacto de dominio que utiliza el poder. “Claro que los poderes nos dominan por este esquematismo: el poder se vale y fomenta la pereza mental para sus fines obvios. Yo, como siempre; me centro en el pensamiento literario como salida (entendiendo por literatura toda posibilidad o género de escritura que mantenga relación con el excedente de sentido de la poesía) para atravesar los peligros del facilismo que cercan al pensamiento binario común, mediante la aceptación de los matices infinitos que existen entre mesura y desmesura y para descartar las falacias de eso amorfo, esa espesura que los incautos llaman realidad. ¿Quieres llamar tercer pensamiento al excedente de sentido? Sólo si en él caben el infinito de grises, la apertura del caos y los intersticios que son, a su vez, plurales mundos cada vez complejos”.

Llama la atención cómo, a pesar de lo mucho que superficialmente se habla del físico Albert Einstein, lo absoluto determina los argumentos de la sociedad actual, incluso de muchos intelectuales que se definen progresistas. Sorprende la certeza con la que se exponen las opiniones. Quizá haría falta un poco más de ciencia, un poco más de arte. Un poco menos de conservadurismo inconsciente. En buena medida las redes sociales se han convertido en vitrinas de certezas. La mayoría lo sabe todo y muy pocos hacen pública la duda. El entramado social, por muchos mundos virtuales que aparezcan, sigue repitiendo la lógica binaria que difunden los grandes medios de información. En un problema estructural como el machismo,  se nos divide, con  simplismo interesado, en hombres y mujeres, como si la cultura machista no fuera un atentado contra toda forma de vida. Pero ocurre que lo binario se sustenta en la división de las partes; separarnos en bandos es la forma de “fundamentalismo invisible” que el sistema ha encontrado para mantenernos jugando en el escenario de la realidad dominante. Ocupados y separados hasta en las pesadillas. El escritor y filósofo Vicente Huici, quien ha aportado interesantes ensayos sobre el pensamiento oriental, me dice que  no cree que el ser humano, como tal, tenga un pensamiento binario por naturaleza. Huici señala que “culturalmente la civilización occidental tiende desde sus orígenes al binarismo; pues, en efecto, tras Platón y Aristóteles la configuración intelectual occidental se basó en el denominado principio de no-contradición que, consideraba que algo no puede ser y no-ser a la vez y desde el mismo punto de vista. Esto, que para nosotros parece obvio, no lo fue para Lao Tsé, ni Confucio, ni, por ejemplo, Sun Tzu, que siempre tuvieron en cuenta la posibilidad de que ese algo, en su transformación permanente ya estuviera dejando de ser y comenzara a ser otra cosa. Pero en Occidente la  tendencia aludida quedó doblemente marcada por la fusión de la filosofía greco-romana con el cristianismo, religión binaria por excelencia- no hay más que pensar en San Agustín o en Tomás de Aquino, que sólo disntigue entre fieles e infieles – como todas las religiones semitas- y que en filosofía se expresó reivindicando el llamado «tertium non datur», o sea, «no hay tercera opción»- que ya aparece en Aristóteles”.

La circularidad de la historia, en la que todavía confían algunos historiadores, es posible que sólo ocurra dentro de la realidad binaria enseñada. Lo fantástico, como lo normal que halló Cortázar en su vida, sería el pasadizo hacia las otras muchas rutas del camino. La literatura de ficción (que es toda la literatura, pues no conozco una literatura que haya logrado atrapar “lo real”) es el conocimiento de política más revelador. Para el creador de Rayuela “la literatura ha cumplido y cumple una función que debiéramos agradecerle: la función de sacarnos por un momento de nuestras casillas habituales y mostrarnos, aunque sólo sea a través de otro, que quizá las cosas no finalicen en el punto en que nuestros hábitos mentales presuponen”. La ficción no es una estrategia exclusiva del poder capitalista como erróneamente lo ha pensado cierta izquierda. Tampoco es un entretenimiento burgués, como en el siglo XXI algunos siguen creyendo. La ficción es la forma más subversiva de pensamiento que conozco. Desde la ficción se comprende que la realidad es una construcción que puede ser cambiada cada vez que la misma no corresponda a las necesidades evolutivas de un grupo. Quizá por ello la ficción la disfrazan, con tanta frecuencia, de entretenimiento. Y desde la distracción nos hacen la cultura. La ficción no conviene al poder clásico que conocemos porque es la vía más directa a la duda. Habría que imaginar qué clase de sociedad tendríamos si los niños fueran educados para explorar el poder de su ficción y no el de la doctrina de una realidad demasiado plana para ser cierta.

*Escritor.


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