Alejandro Floría Cortés •  Opinión •  28/08/2016

Unificar las luchas desde la auto-organización popular

«No somos gente sencilla que cree en la felicidad, ni alfeñiques que caen a tierra desolados ante el primer revés, ni escépticos que observan el esfuerzo sangriento de la marcha de la humanidad desde las alturas de una inteligencia burlesca y estéril. Creyendo en la lucha, aunque sin abrigar ninguna ilusión al respecto, estamos armados contra toda desilusión.»

Toda Raba (1934) – Nikos Kazantzakis

La articulación de las luchas y los movimientos sociales desde la auto-organización popular (entendida como no institucional, libre y de abajo arriba) presentaría al menos tres ejes interdependientes para su estudio, implementación, desarrollo y consolidación, a saber: un eje organizativo, que una lo estratégico a lo operativo; un eje de lo social que una el barrio con el municipio; un eje cultural que una el conocimiento con la conciencia y la emancipación social. La necesidad de esta acción social como elemento creador y transformador tiene un carácter contra hegemónico, el origen de las luchas y las demandas es común: el capitalismo como megamáquina asimila a la sociedad y la convierte en recurso. No somos libres.

El trazado del eje organizativo puede ser un auténtico quebradero de cabeza si no nos desprendemos de las perspectivas y las construcciones institucionales y partidistas que han contaminado el imaginario popular en España en los dos últimos años de campaña electoral y, por supuesto, no somos capaces de derrochar fuertes dosis de imaginación para trabajar sobre sus ruinas. Después de la colosal farsa de la confluencia, del incierto frente único de Podemos y de su apropiación y perversión del espíritu del 15M al más puro estilo de la propaganda ultraderechista, es lógico que surjan dudas sobre cómo volver a empezar. Podríamos partir de que la izquierda (institucionalista y reformista) es un invento de la derecha y que las luchas y los movimientos sociales no se presentan a las elecciones.

Es preciso volver a las plazas para disfrutar de la eficiencia de los objetivos claros y de las preguntas sencillas. Hay que tomarle el pulso a la percepción de la articulación por los propios colectivos, por las luchas, y explorar las diversas posibilidades mediante mesas o asambleas de representantes, preferentemente a nivel local. La promoción debe partir desde los colectivos más consolidados y con más recursos, pero también de aquellas iniciativas que tengan la capacidad y la habilidad de conformar las referidas mesas, que cuentan con un enorme potencial de contenidos. El origen común de las luchas puede y debe propiciar una respuesta común que se represente a sí misma. El objetivo es crear sinergias en la conformación de masas críticas, en la movilización, en la difusión, en la pedagogía, en el apoyo mutuo,… Es imprescindible, por ello, analizar cómo compartir recursos en el sentido más amplio posible: virtuales, legales, de infraestructura, de conocimiento y de operación…

Se precisarán canales de comunicación internos autosuficientes de modo que cada lucha, cada demanda, sea una ventana a todas las demás y cada una, a su vez, proporcione la perspectiva del origen común: sabemos porqué estamos aquí; se precisarán también de puntos de encuentro físicos y virtuales, tanto para movilizarse, como para no hacerlo. Cualquier herramienta de índole organizativa debe esbozarse de modo que la operatividad de las iniciativas no debe verse afectada si la articulación global falla. La articulación no requiere de estructuras rígidas, ni verticales, ni permanentes… se trata de estar cuando hay que estar y donde hay que estar, de aportar lo necesario, dentro de lo posible. Esto es evidente atendiendo a los otros dos ejes, el social y el cultural.

Que el refinado gobierno ultraderechista del Partido Popular haya tenido una especial fijación por diluir en el olvido (léase Amnesia Histórica) las Humanidades en general y la Filosofía, la Sociología y la Pedagogía, en particular, se debe a que estas disciplinas albergan la última esperanza en la conformación de un pensamiento libre y un espíritu crítico que sirva de base a cualquier movimiento contra-hegemónico y contra-cultural. Es por ello que debemos comprometernos a defenderlas, preservarlas, estudiarlas y difundirlas. De esa forma sabremos y entenderemos que no son pocos los especialistas y los modelos que, en relación a la auto-organización popular, apuntan a la necesidad de trabajar la cohesión social, la comunidad y el colectivo antes de entrar en cuestiones ideológicas y programáticas.

Los dos últimos años de campaña electoral han implantado la percepción, no errónea, pero incompleta, de que todo es político, de que lo social es político. Y es cierto que lo es por las peculiaridades sistémicas, pero basta atender a las primeras modelizaciones sociológicas, coetáneas a la consolidación del capitalismo, para recordar la solidaridad como valor fundamental de lo social. Con el capitalismo, lo social y lo cultural evolucionan a lo político y a lo económico, respectivamente.

Es preciso dibujar un eje social con su primer punto en la organización barrial, superando la descripción administrativa y las limitaciones partidistas de las concejalías de distrito, para conocer su historia y estudiar su realidad social y recuperar sus demandas. No se puede hablar de articulación sin incluir a los barrios y a todas las iniciativas de orientación sociocultural en torno a los mismos, siendo obligado explorar las posibilidades que ofrece la auto-gestión como herramienta de emancipación (desde casas de la cultura, centros de mayores y ludotecas hasta bibliotecas, guarderías y cooperativas de distintas actividades). La cohesión del barrio posibilita compartir una percepción común de la operación del sistema capitalista y de las opciones de cambio frente al mismo desde lo común y lo colectivo. Se cerraría el eje social en el concepto del municipalismo, que idealmente debería ser una consecuencia de la organización popular pero que en la práctica será un concepto que habrá que compartir, en las etapas tempranas de la organización, con el ámbito institucional, puesto que ya ha sido tanteado por el postureo hipócrita de la nueva vieja política. Y antes de hablar de política, aún tenemos que hablar de cultura.

En las tormentas de ideas y en la exploración de posibilidades, se menciona aquello de crear conciencia y masa crítica, conceptos excesivamente borderline con aquella literatura de autoayuda que apuntaló a base de bien (o de mal) la consolidación del individuo como empresario de sí mismo. Cuando se habla de “la cultura como medio de emancipación del pueblo” se apunta, sin ambigüedades al trabajo y la experimentación en materia educativa y pedagógica en las décadas previas a la Segunda República. Sería ingenuo pensar, como decía Freire, que podemos esperar de las instituciones que se desarrolle una experiencia educativa que cuestione el propio sistema y evolucione para su transformación. Debemos volver la vista sobre esa nueva vieja política para verificar que no se han rebelado contra la aberrante política educativa del gobierno con el apasionamiento y las energías que tal barbaridad demanda. Tengo la convicción de que menos tiempo habría de costar hacer entender a la clase obrera que de sí sola ha de esperar todo, decía Ferrer i Guardia, y nada ha cambiado en un siglo.

Es por ello que cada lucha, cada demanda, cada movimiento, dispone de un conocimiento que puede compartir, al tiempo que la articulación reescribe los contenidos que expresan el origen, el contexto, las herramientas y los objetivos de la lucha unificada. El eje cultural puede aspirar con ambición a recuperar los ateneos, tanto a partir de herramientas virtuales como de espacios físicos auto-gestionados. Será fundamental el papel de docentes y profesionales de las materias de Humanidades (Pedagogía, Filosofía, Sociología, Historia,…) para crear y adaptar contenidos que construyan por sí mismos pero que estimulen aquello del aprender a aprender. La cultura creará conciencia, y la conciencia conducirá a la emancipación social. Todo se crea, se construye y crece desde abajo, desde lo radical de sí mismo.


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